martes, 4 de agosto de 2009

El año que fui elegida reina del baile


Todo empezó el invierno de 1959, el más frío de los que hasta la fecha podía recordar. Toda la ciudad era una nevera al aire libre y el viento que corría era tan helador que ni los gorros de lana ni las orejeras te libraban del escalofrío.

Menos mal que estabas tú, tan acogedoramente abrazable.

Recuerdo cómo pasábamos las tardes escuchando viejos discos y hablando de lo que nos hacían sentir.

- Yo lo daría todo por cantar como Billie Holiday; te solía decir... Pero claro, para cantar como Billie primero hay que dejar que la vida te golpee tan duramente que toda la rabia contenida te salga de la garganta a borbotones. Y yo, en líneas generales, siempre he sido más bien todo lo contrario.

Buena estudiante, buena hija, buena hermana, buena novia... No dejo de preguntarme por qué todo es tan fácil a mi alrededor mientras que a millones de personas les ha tocado un papel tan desagradecido en toda esta historia.

Cada vez que caigo en este pensamiento me surge un empuje vital de dentro a fuera que me arrebata y me sublima y me da siete vueltas de campana y me sube la temperatura corporal y me hace dar saltos y gritar y gritar y gritar y gritar!!! Gritar cada vez más alto que tengo que salir de aquí, de esta nube de algodón, y lanzarme a recorrer los 7 mares para intentar comprender qué estamos haciendo mal y qué podría hacer yo para mejorar la situación...

Perdón, me he ido un poco del tema...

El caso es que en 1959 yo era la capitana de las animadoras y tú el quarterback del equipo de fútbol. Era nuestro último año de instituto y nos queríamos. Lo teníamos todo planeado. Universidad, matrimonio, dos hijos.... Bueno, venga, vale, tres. El futuro era algo palpable y reconocible, perfectamente estructurado y acotado por altos muros de hormigón que no dejaban resquicio para el más mínimo asomo de duda.

Y fueron pasando los días. Fueron pasando las semanas. Fueron pasando los meses... El final del curso se acercaba pero nada perturbaba nuestra serena tranquilidad. Así fue como llegamos a la noche de la graduación y, como era de esperar, fuimos elegidos el rey y la reina del baile. ¡Claro que sí!

Fuimos a celebrar el principio de todo lo que estaba por llegar y en mitad de tanta ñoñería se me cruzó un cable y te mandé a tomar por culo. ¡Chico, qué descanso!

A la mañana siguiente ya estaba cogiendo un avión para largarme lo más lejos posible de ti y de toda tu mierda. Por fin podía respirar a pleno pulmón, ni rastro de nudos en la graganta ni comidas familiares. Se acabaron las interminables tardes en tu compañía, los fines de semana de hastío total y los compromisos sociales del período vacacional.

Así es cómo mi vida cambió el año que fui elegida reina del baile.

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