sábado, 31 de marzo de 2012

No me llames Consuelo; llámame Concha.


Esta vez fue aún peor, ya tenía la maleta hecha. Todo colocadito encima de la mesa, listo y preparado para un fin de semana de nieve y rock en Berlín. Por lo menos, las otras veces que esta mierda me había jodido un viaje, tuve una semanilla para hacerme a la idea de que Brujas y Amsterdam tendrían que esperar, de que ese festival en Santander quedaría pendiente, de que las navidades en Madrid con Etienne iban a ser menos especiales de lo que yo soñaba, de que mis vacaciones con Luís en el Cabo de Gata se acabarían antes de lo esperado... Eso sí, no tuve que perder el tiempo en coger lo necesario cuando finalmente vi que no había otra salida que ir al hospital...

Más consuelos baratos: menos mal que el año pasado, en febrero, cuando me volvieron a operar para quitarme otro quiste, también me quitaron la idea de que esta pesadilla se había terminado para siempre. Entonces sí que me llevé un buen berrinche. Estuve días casi sin hablar, triste, malhumorada, cabreada con el mundo... ¿Otra vez? ¿En serio? Esto es una broma, ¿no? Pues no, señorita. ¿Por qué? No hagas preguntas si sabes que no hay una respuesta. Aquello me dejó hecha povo. Luego se me pasó y decidí montar una fiesta "de despedida". ¿De despedida de qué? Pues no sé, de mi vida, supongo. De mi estilo de vida hasta ese momento, quiero decir. No era una despedida definitiva, claro. Con los meses todo volvería a ser igual pero me jodía tanto ese paréntesis, esa interrupción, que monté una fiesta en honor a los gloriosos fines de semana que estaba teniendo desde hacía varios meses, casi desde el verano anterior. Y justo cuando mejor me lo estaba pasando... zas! Operación. La fiesta estuvo a la altura de las circunstancias y esa noche aún se comenta en los círculos más distinguidos de la noche madrileña.

Para terminar, el consuelo por excelencia: podría haber sido peor... por lo menos sigo viva. ¡Viva y bien, claro! No voy a tener secuelas graves como, no sé, quedarme ciega o paralítica... Por eso sigo sin hacerme a la idea de la gravedad del asunto. No puede haber sido para tanto cuando dentro de unos meses será como si nada hubiera sucedido. Ni si quiera tengo recuerdos malos del mes que he estado en el hospital. Bueno, no tan malos... Tengo recuerdos malos de los primeros días, de la primera semana. Después de la segunda operación los dolores eran muy soportables, sobre todo en comparación con los de aquella primera semana, y lo más duro fue el aguante mental por encima del físico.

Recuerdo que las primeras noches a penas dormía. Escuchaba la radio y leía tweets pero, más que nada, estaba allí sola, en mitad de la noche, como en una isla de resignación, aceptando la situación, adaptándome al entorno. La cama era muy cómoda y la almohada también pero yo no dejaba de sudar con lo que las sábanas, de algodón suave y blanco, se me pegaban a la espalda y se me hacía aún más difícil conciliar el sueño. Eso sin mencionar el espantoso retrato de la virgen de La Milagrosa que me observaba atentamente desde la pared de en frente con sus rayos mágicos saliéndole de las puntas de los dedos... No se sabía bien si era una virgen o una alumna más de la Escuela Xavier para Jóvenes Talentos. Y aquí viene otro bonito consuelo: incluso a esas horas de la madrugada, siempre había alguien disponible para chatear. Es lo que tiene tener como amigos a los más crápulas de la ciudad.

Poco a poco fui durmiendo cada vez mejor, si es que en un hospital se puede hablar de dormir bien. A partir de las 8 de la mañana, el entrar y salir de gente era constante. Lo primero, un análisis de sangre. Nunca me han asustado las agujas pero eso era cuando me pinchaban una vez al año, no una vez al día, por lo menos. Mis venas, escurridizas y profundas, no lo ponían más fácil y en alguna ocasión la enfermera me tuvo que dar por imposible tras varios intentos y tuvo que llamar a alguna monjita con más experiencia para que me sacara sangre. Esto en lo que se refiere a extracciones. Luego habría que hacer otro capítulo para las vías, pero ya, si eso, en otro momento. Después venía una señora a ver si tenía que hacer la cama del acompañante. Luego me tomaban tensión y temperatura. ¿Has hecho caca? Qué más quisiera yo, bonita... A continuación, si ese día no me tocaba quirófano, venía el desayuno... EL DESAYUNO! Jamás comí tanto pan con mantequilla... Ni si quiera en la época álgida del Tulipán. Ahora la peluquera, muy maja ella, pero 20 pavos por lavarme la cabeza solo se pagan una vez, luego aprendes a vivir con el pelo lleno de mierda o haces esfuerzos sobrehumanos para lavártelo de pie en el lavabo. Un poco más tarde venía la señora de la limpieza y justo después me venían a lavar y a hacerme la cama para que estuviera presentable cuando viniera el médico. Después de la cura, cuando me dejaban por fin en paz, ya eran las 12h30, tranquilamente. La comida la traían a la 1h. Fin de la mañana.

...

Releyendo este texto antes de publicarlo, creo que no me va a costar sacarle jugo a la maldita historia esta.

Mañana sigo, por decir algo.

viernes, 30 de marzo de 2012

Nada



Hace dos meses, más o menos, que todo empezó, aunque también se podría decir que todo acabó. Bueno, no todo, no la vida entera, pero casi. Aún no me hago a la idea del "casi". Me parece irreal que mi vida haya estado de verdad "en peligro". Cuando me lo dicen no me lo termino de creer. Es como si hablaran de otra persona o estuvieran exagerando como cuando se exageran los méritos de un hijo para quedar bien delante de los amigos en una competición macabra, la versión gore del "a ver quién la tiene más larga".

"Te podías haber muerto. Lo sabes, ¿verdad?" es el hit de la temporada. Y yo empecinada en que eso no va conmigo. Incluso me sonrojo... "Anda, no será para tanto...".

Y durante estos dos meses he reido y he llorado de lo lindo pero, sobre todo, he descubierto quién me quiere de verdad y quién se preocupa por mí, a quién le importo. Eso ya es algo, ¿no? Un hecho clarificador, algo en lo que apoyarme para seguir adelante.

También he cambiado. De hecho, he cambiado mucho. No sé si serán cambios definitivos o mecanismos de defensa circunstanciales para aguantar "la que está cayendo" pero el caso es que he cambiado mi habitual ansiedad mental/barra/hiperactividad física por un cómodo y ventajoso estado vegetativo que me permite llevar cuatro o cinco semanas en casa de mis padres sin tener ganas de "matarlos" a ellos o de "morirme" yo. Es más, estoy genial aquí. Es aún más, no me imagino estando en ningún otro lugar. Mi vida "vegetativa" se reduce a comer, dormir, leer, ver pelis, ver series, jugar al Apalabrados e ir a médicos varios y variados varias veces por semana, ¡y no estoy agobiada! No se me caen las paredes encima, no le doy vueltas a todo, no centrifugo, no requeteanalizo, no me aburro... Raro, ¿eh? Ni si quiera me preocupa no estar preocupada... Nada. Inactividad física y mental y aún nada. No sé de dónde sale esta "nada" pero bienvenida sea porque no sé si mi "auténtico yo" podría soportar lo que me está pasando.

miércoles, 28 de marzo de 2012

In its right place



Llevo días dándole vueltas. Semanas. Casi meses. Pero aún no sé cómo hacerlo, por dónde empezar.

Sé que lo acabaré haciendo. Tengo que hacerlo. Es inevitable.

Un día de estos, cuando menos me lo espere, actualizaré este blog y entonces todo volverá a su correcto lugar.

http://youtu.be/fSpJEuNZxIk