lunes, 23 de septiembre de 2013

Estado provisional




Me ha costado más de una semana escribir esto. Días ordenando mis ideas y, sobre todo, mis sentimientos. Aún no he conseguido averiguar por qué, después de casi 10 años, me sigues afectando así. No lo entiendo. Pero lo que sí he comprendido en estos 8 o 9 días es que tengo asumido que nunca lo voy a entender, no hay respuesta. Sé que has sido la Historia de Amor con mayúsculas de mi vida y que tu desaparición, tu deserción más bien, es lo más triste que me ha sucedido jamás pero he aprendido a vivir con ello. Es un gran paso, a mi parecer.

Tampoco llego a entender cómo es posible que nos cruzáramos de esa manera, cara a cara, de sopetón, de frente y sin frenos, entre 25.000 personas. VEINTICINCOMIL PERSONAS y nuestros caminos se tuvieron que cruzar sin remedio. Tiene cojones, el destino. Me cago en el destino.

Lo supe desde el minuto uno. Te vi cuando salías del Metro con un amigo y lo supe. Fijo que me lo encuentro. Varias horas más tarde, tras ingerir compulsivamente tres o cuatro litros de cerveza para calmar los nervios y la ansiedad, sucedió. En el peor momento. O en el mejor, no lo sé. Cuando ya la noche lo cubría todo con su manto de invisibilidad y anonimato, cuando ya se me había casi olvidado que estábamos en el mismo lugar y en el mismo tiempo, cuando las posibilidades de verte parecían remotas, te vi. Bueno, más bien me viste tú a mí. Y te lanzaste a por mí como un niño pequeño se avalanza sobre un cachorrito asustado que no sabe qué está pasando y que no entiende el por qué de tantos achuchones y tantos abrazos desmedidos que, en realidad, le hacen daño, daño físico. Ya lo decía Ian Curtis "Love will tear us appart".

Y eras tú, siempre tú. Con tu sonrisa de niño travieso que juega y disfruta sin mesura y sin pensar en las consecuencias. Era tu boca, la que tanto me besaba. Y eran tus ojos chispeantes y felices de verme. Se te caía la baba. Se te iba la vida. Y a mí...? Más.

Al principio el shock no me dejaba pensar con claridad. Te miraba atónita y te sonreía y tú me sonreías y parecíamos dos idiotas que habíamos dejado pasar la oportunidad de ser felices juntos sin saber muy bien por qué. Nos preguntábamos qué había pasado, por qué no había funcionado si estaba claro que hacíamos un fabuloso equipo. Empezamos a hablar de los viejos tiempos, de los conciertos a los que fuimos y lo bien que lo pasábamos, de los viejos amigos, de los viajes... Y entonces algo cambió, yo cambié. Algún tipo de mecanismo de salvación hizo clic en mi cabeza y todo lo que habían sido sonrisas y miradas cómplices se volvieron reproches y malas contestaciones. Tu amigo flipaba. Mi amiga flipaba. Yo no podía parar y tú, en un alarde de madurez (por los cojones) te largaste dejándome con la palabra en la boca. Qué bonito. Es muy de tu estilo eso de largarte, no te lo voy a negar, pero de veras pensaba que te dignarías a darme algún tipo de respuesta, una explicación largo esperada, una réplica a mi monólogo que calmara estos 10 años de angustias y desvelos al perder lo que todo el mundo busca: la conexión total con otra persona.

Y allí me volví a quedar yo, sola, flipando en colores. Fue tan breve nuestro encuentro que a veces me pregunto si fue verdad o solo lo he soñado. Iba un poco pedo, tú me entiendes. Y más que me puse después, gritando a voces que alguien me diera droga para terminar de dar el toque químico-surrealista a la noche.

Al día siguiente me quería morir. Me sentía horriblemente culpable por lo que te había hecho. Cómo se me había ocurrido decirte todo aquello... A tí! Al amor de mi vida, a la persona que más he echado de menos, al que me robó el corazón y la cordura, al que me hizo coger un avión y tardar dos años en volver... No me lo podía creer. En mi interior solo se oía "Perdóname... perdóname, por favor, perdóname. Vuelve conmigo. Seamos felices. Hazme el amor." Y lloraba. A borbotones. Desde el mismísimo centro del universo me salían las lágrimas y los sollozos hasta que me quedé dormida en brazos de Verónica (GRACIAS).

La tristeza se instaló en mi día a día y tenía pinta de que iba a quedarse un rato. Vuelta atrás, como los cangrejos. ¿Será posible que no he aprendido nada en 10 años? ¿Cómo puede ser que después de tanto tiempo y tanta vida vuelva al punto de partida? ¿Es que soy gilipollas o qué me pasa? Y te escribí, necesitaba hacerlo. Necesitaba hablar contigo desesperadamente para pedirte perdón: no había sido ni el momento ni el lugar ni la forma de decirte todo aquello pero, qué quieres, es lo que pasa cuando te callas algo tan gordo tanto tiempo, que al final sale por donde menos te lo esperas.

Aún así, tras una semana, he conseguido calmarme y hasta sonreír. No pienso dejar que me arruines la vida otra vez. No me da la gana. NO ME DA LA GANA, ME OYES! La clave de todo la tengo yo en esta cabecita loca que no para de centrifugar así que le voy a echar un par de huevos y voy a seguir con mi vida como si tal cosa porque me he dado cuenta de que si bien la forma no fue la adecuada, el fondo sí lo era. Te lo tendría que haber dicho en su momento, es cierto, pero era joven y me tenías tan flipada que lo último que se me pasaba por la cabeza era echarte algo en cara, montarte un numerito; yo solo quería que volvieras conmigo. Y el caso es que lo hiciste! Menos de un mes tardaste en llamarme para volver a mi lado, para decirme que no soportabas la idea de no tenerme cerca, que me echabas de menos infinito y que no querías vivir así, que no querías hacerme daño. Creo que nunca he tardado menos tiempo en cruzar la ciudad que aquella tarde de sábado fría y lluviosa, desagradable como ella sola, para meterme de nuevo entre tus brazos y bajo tus sábanas. Pero me la volviste a jugar. Lo volviste a hacer. Volviste a desaparecer sin dejar rastro. ¿Cómo se puede pasar de llamar a una persona 7 veces al día solo para oír su voz y decirle que la quieres al silencio absoluto de una fosa abisal? Así de profunda fue mi caida, miles de kilómetros bajo mis pies.

Creo que nunca supiste lo que eras para mí o si lo supiste, no lo quisiste entender. Nos veíamos de forma casual en bares y conciertos, por la calle, hasta fuimos juntos a un festival! Y todo porque solo con tenerte cerca yo era feliz. Debería haberte cogido por la solapa y haberte preguntado a gritos qué tipo de hijo de puta le hace eso a la persona que quiere (o que dice que quiere, ya hasta lo dudo) pero entonces te habría perdido para siempre y eso no lo habría podido soportar.

Recuerdo el día de mi despedida antes de irme a Francia. Convoqué a todos mis amigos a tomar unas cañas en La Latina para decirles "Hasta pronto, os echaré de menos" y tú viniste también. Cinco minutos, para ser más exactos. Nunca te gustaron mis amigos. Aún hoy me pregunto por qué. Cinco minutos de incómodas miradas y yermos intentos de contacto físico, caricias perdidas en el fondo de un bar. Estuve toda la noche pendiente del teléfono por si llamabas, para decirte dónde estaba y que vinieras por fin a buscarme. Pero lo que sucedió fue lo siguiente; te lo cuento porque me imagino que no te acordarás. Estuvimos toda la noche jugando al ratón y al gato: yo me iba de un bar y tú llegabas, íbamos donde estabas tú y te acababas de marchar. Así tres o cuatro veces hasta que me harté. Guardé el teléfono en el bolso, muy cerquita de mi resignación y de la poca dignidad que me quedaba, y decidí emborracharme y pasármelo pirata con mis amigos. Fue una de las noches más divertidas que recuerdo. Se nos hizo de día y nos fuimos a desayunar a un cutre-bar de la calle Arenal. De camino íbamos cantando viejas canciones heavys españolas agarrados los unos a los otros como si la felicidad fuera eso. David me abrazaba con fuerza y me decía una y otra vez "No te vayas... Marita, no te vayas". Tiene gracia que las palabras adecuadas vengan casi siempre de la persona que no esperas. Entonces sonó el teléfono y adivina quién era... Eras tú, borracho, puesto, yo qué sé, hasta el culo. "Necesitaba oír tu voz". Habían pasado muchos meses desde la última vez que me habías dicho algo parecido. "Estoy viendo amanecer desde la terraza de unos amigos y no puedo parar de pensar en ti. Ven, por favor. Ven. Te necesito aquí. Te quiero." Eso fue el remate. Por supuesto, no fui. No se me pasó ni por la cabeza darte ese gusto. Hay que tener valor para pedirme algo semejante.

Horas más tarde cogí un avión acojonada y llorosa, temblando, con el corazón hecho trizas y muerta de miedo. Los que vinieron detrás fueron los dos mejores años de mi vida. Gracias, al menos, por eso.

A ver si al final va a ser verdad aquello de que todo en esta vida sucede por algo... Porque eres muy tonto, por ejemplo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario